EDICIÓN ABRIL 2006  
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Los médicos y los medicamentos
 
Hace algunos años se dio una amplia difusión periodística al lanzamiento de un producto que prometía ¡¡curar!! la alergia.
 
Su nombre genérico era terfenadina y fue tan convincente la presentación del mismo, que un paciente que padecía de asma bronquial, me reprochó no habérselo indicado para aliviar sus padecimientos.
 
Hoy la terfenadina ha sido desplazada del formulario terapéutico por haberse comprobado que presentaba efectos secundarios indeseables y era muy desfavorable la relación costo/beneficio.
 
La misma suerte sufrieron otras innovaciones terapéuticas, de las que recuerdo con precisión una sulfamida de acción prolongada y una quinolona de amplio espectro, que inclusive era eficaz contra los gérmenes anaerobios.
 
El Rofecoxib apareció en el mercado farmacéutico, para calmar toda clase de dolores y sufrimientos reumáticos aproximadamente a principios del siglo XXI.
 
En el año 2004 se retiró del mercado por voluntad de la compañía que lo había desarrollado por haberse publicado un estudio que relacionaba su utilización con mayor riesgo de sufrir infartos y accidentes vasculares encefálicos.
 
Recientemente un tribunal de los Estados Unidos de América, estableció que el señor John Mc Darby debía recibir 9 millones de dólares en concepto de indemnización, dado que John argumentó que la patología cardiaca que presentó se debió a la toma de la medicación mencionada.
 
El argumento principal para sostener este fallo es que la compañía farmacéutica, ocultó los efectos secundarios del fármaco, de los cuales por supuesto tenía conocimiento.
Actualmente dice la información existen en los tribunales federales y estaduales de los Estados Unidos de América cerca de 9.650 juicios, por el mismo tema, los cuales serán tratados por la demandada en forma individual. Hasta ahora llegaron a término cuatro de los cuales perdió dos y ganó otros tantos.
 
Detrás de esta triste noticia se vislumbran el dolor de los afectados, el recrudecimiento de sus males, la defraudación sufrida por los pacientes y los ingentes gastos que deberán afrontar para el tratamiento de sus nuevas o exacerbadas patologías.
 
Del otro lado no hay que despreciar el esfuerzo intelectual y económico que significa la investigación de un fármaco, que a veces lleva muchos años, y el lanzamiento periodístico del mismo que lleva a los pacientes a solicitarlo compulsivamente a su médico, como lo señala el ejemplo explicado a principios del artículo.
 
Entre ambos extremos debe haber un término medio, al que se debe llegar con intervención de los actores principales de la prescripción médica, la industria farmacéutica, las instituciones médicas y el Estado en representación de los posibles damnificados y como agente regulador irrenunciable.
 
Reglas claras, respeto irrestricto de las mismas y control de los desvíos, evitarán daños mayores a toda la sociedad e ingentes e injustificables gastos al sistema de salud.
 
Dr. Augusto Fulgenzi
 
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