EDICIÓN JULIO 2006  
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Hambre
La pobreza extrema sigue siendo una realidad cotidiana para más de 1000 millones de seres humanos que subsisten con menos de 1 dólar por día.
 
El hambre y la malnutrición afectan a un número poco menor de personas. En el caso de los niños, la falta de alimentos puede y es peligrosa porque retarda su desarrollo físico y mental y pone en peligro su supervivencia. (ONU/2005).
 
No hace falta aclarar el significado del título, es el que todos conocemos, aun aquellos que no lo sufrimos.
 
¿Hay dos tipos de hambre? Quizás podríamos decir que si, aunque la sensación diríamos es la misma, solamente el tiempo que dura ésta permitiría diferenciar sus características y efectos consecuentes.
 
Uno es el hambre que procesos simples y primarios informan al ser humano mediante receptores específicos de la presencia de estímulos (contracciones, alteración del pH), que actúan sobre la sensibilidad visceral y la hacen conciente.
 
Son sensaciones interoceptivas e intraorgánicas que tienen umbrales distintos para cada individuo y que desaparecen tan rápidamente, en la medida que cesan los estímulos que las originaron. Es decir cuando se interrumpe la relación entre el agente productor y el proceso fisiológico o resultado de la estimulación (teorías psicofísica y/o psicofisiológica). Relación por lo general de corta duración y fácil de subsanar.
 
El otro hambre, mediatizado fisiológicamente de la misma manera, es el que podemos describir sin haberlo padecido. Es el hambre crónico, de larga duración y frecuentes períodos de presencia, que lo sufren individuos semejantes somática y psicológicamente a cualquiera de nosotros.
 
Son los hombres, mujeres y niños, que no tienen a su alcance la disponibilidad alimentaría, que el resto de la humanidad posee. Son los que verdaderamente pueden describir el sufrimiento que ocasiona el hambre crónicamente mantenido. El dolor con que éste se manifiesta (porque la acidez gástrica quema y duele), los mareos y la pérdida de energía inmoviliza, la postración y la ceguera desconecta a la persona en tiempo y espacio, las infecciones encuentran campos propicios y el adormecimiento inquieto al comienzo se trasforma en reparador por el debilitamiento de los receptores y de los transmisores que lentamente anulan la percepción del individuo que lo padece.
 
Esta descripción pormenorizada, en cierto modo intencionada, para que no quede solamente en los papeles, sobre la que abundantemente informan la OMS, la ONU, la FAO, la FIDA, y otros tantos organismos internacionales dedicados ciertamente a paliar la pobreza y el hambre, tiene el objetivo de que el conjunto de los seres humanos que por suerte no hemos sufrido en forma personal o familiar tal flagelo, éste no nos pase desapercibido y sintamos un poco de vergüenza aunque no seamos sus responsables.
 
La pobreza y el hambre siempre existieron, uno ocasiona y condiciona al otro. Sus consecuencias "la desnutrición y las enfermedades carenciales", fueron oportunamente a través del tiempo motivo para que la ciencia médica, descubriera la relación carencial de algunos principios alimentarios y las enfermedades correspondientes y simultáneamente los tratamientos respectivos.
 
Pero no es la intención del presente trabajo, recordar las Leyes de Escudero ni enumerar o describir las numerosas enfermedades carenciales que por nuestra profesión conocemos.
 
El objetivo es quizás la pregunta sin respuesta, ¿porqué unos tienen que comer y otros mueren o sufren por falta de alimentos?
Según la OMS y la ONU, superar la pobreza y el hambre en el mundo es un objetivo alcanzable.
 
Sus causas se combinan entre sí, pero nunca dejan de ser las mismas. La carencia de alimentos es un resultado multicausal: desigualdad de acceso a los mismos por falta de recursos económicos, largas distancias entre zonas productoras y poblaciones consumidoras, aumento desproporcional entre las tasas demográficas y de disponibilidad y consumo alimentario, insuficiente equilibrio dietético por falta de proporción adecuada de los alimentos básicos, estados de emergencia alimentaria por adversidades meteorológicas (zonas desérticas, sequías o inundaciones), plagas , conflictos y crisis raciales (guerras civiles) y desde luego económicas, enfermedades infecto contagiosas VIH/SIDA y enfermedades endémicas, ignorancia e incultura (familia numerosa que tiene más de 3 hijos, con padres desocupados, que continúan teniendo hijos), desigualdad en la distribución social de los recursos y falta de asistencia social por gobiernos incapaces o deliberadamente corruptos.
 
Podríamos seguir mencionando causas que justifiquen social y estadísticamente la pobreza y el hambre en la tierra, sin embargo salvo las adversidades climáticas, las características del medio ambiente y las endemias, la mayor parte de las responsabilidades son la de los hombres que dirigen y tienen el poder de modificar y mejorar las condiciones de la gente que los sufren.
 
Frecuentemente vemos como se publicitan campañas gubernamentales, que muestran solidaridad o ayudas sociales o sanitarias, como se juega con índices de desocupación y pobreza, salarios vitales mínimos y móviles que nunca se cumplen, valores de canasta familiar, etc.etc.., de cuyas cifras se puede deducir que el que está por debajo es pobre y el que está por encima ignora su calificación, pero sabe que no es más de una clase social a la que pertenecía y que sus ingresos no le alcanzan para cubrir sus necesidades básicas. Cuadro de situaciones sociales comunes en países en desarrollo.
 
El fenómeno social que tratamos posee raíces profundas y está globalizado. No es patrimonio de un país, solo que en algunos de ellos reviste características dramáticas al extremo que en el continente africano (región subsahariana) por ejemplo, el número de pobres va en aumento y los más pobres son cada vez más pobres.
En dicha región se registra el mayor número de casos de emergencia alimentaria, donde hay tribus que para saciar la sensación de hambre, mezclan leche materna con residuos orgánicos de animales.
 
Actualmente 24 países africanos necesitan inmediata ayuda. En Sudán y Eritrea gran cantidad de personas como consecuencia de conflictos pasados y actuales, imploran ayuda humanitaria. En África austral y occidental la difícil situación alimentaria ha mejorado como consecuencia de buenas cosechas de cereales, especialmente en los países costeros como en los del Sahel (Mali, Mauritania, Níger, Chad. etc.).
 
En Asia, naciones como Mongolia, Timor-Leste, la república Popular de Corea, Bangladesh, son crónicamente vulnerables (a pesar que en éstas últimas hay una mejoría en sus existencias de alimentos) al igual que las afectadas por la lucha civil en Afganistán, Irak y Nepal, a las que habría que agregar las victimas del tsunami en el sudoeste asiático y las del terremoto de Pakistán.
 
El informe de Naciones Unidas precedente referido al período 2005/2006, hace mención también a un aumento en la producción de trigo en América Latina y México -superaría la media habitual- mientras que en Argentina las previsiones indican una brusca reducción de la producción de maíz y por el contrario una recuperación en Brasil.
 
De acuerdo al mismo informe, estaría decreciendo el ritmo de reducción del hambre en el mundo y los retrocesos casi superan los avances en la lucha contra éste.
En las regiones africanas mencionadas precedentemente (subsahariana y meridional) el número de personas afectadas ha aumentado en decenas de millones, generalmente aquellas radicadas en zonas rurales.
 
En el mundo en desarrollo más de 150 millones de niños menores de 5 años, tienen un peso inferior al normal. Las cifras no solamente alarman por las cantidades que significan, sino que resultan incomprensibles y no creíbles para quienes vivimos en el mismo planeta.
 
Poder aliviar o solucionar esta desigualdad a prima facie, pareciera imposible. Como médicos nuestro alcance está limitado. Podemos organizar campañas sanitarias, informar sobre medidas preventivas para reducir las enfermedades infecciosas, sugerir un mayor uso de suplementos micronutricionales, efectuar los tratamientos correspondientes, aconsejar medidas para mejorar servicios de saneamiento, colaborar y llevar a cabo labores educativas para disminuir la ignorancia, pero no mucho más.
 
Son las organizaciones internacionales con objetivos precisos y los países desarrollados y ricos, quienes deben planificar acciones inmediatas y posibles. Las que mejorando caminos y medios de comunicación, haciendo habitables los lugares de residencia, invirtiendo capitales para crear trabajos que faciliten recursos, contribuyendo financieramente en todas las actividades destinadas a disminuir al menos la situación dramática de los que no tienen nada, pueden reducir la pobreza y el hambre.
 
América Latina, más cerca nuestro, de mantenerse la tendencia actual, la desnutrición afectará aproximadamente alrededor de 40 millones de sus habitantes para el año 2015, siendo las poblaciones de América Central y el Caribe las más carenciadas. La FAO promueve para esta parte del Continente Americano, una estrategia de trabajo con el fin de erradicar el hambre para ese entonces. Mediante un Sistema de Información y Alerta Anticipada supervisa un amplio dispositivo de seguimiento, que con el apoyo de técnicas de vigilancia por satélite, advierte a gobiernos sobre posibles amenazas en el abastecimiento de alimentos. Esta tarea se complementa con una campaña anual conocida como TeleFood, que a través de conciertos, programas de radio y televisión y otros actos afines, todos los 16 de octubre de cada año, "Día Mundial de la Alimentación", celebra y concentra todas las actividades de la misma.
Argentina tierra de promisión, sigue manteniendo esta distinción, sin embargo dentro de su propia capital y sobre todo en el cordón suburbano, hay manifestaciones palpables de aquel hambre crónico del cual hablamos en renglones anteriores, solo remitámonos al dantesco cuadro de miseria y desatención social, expuesto por un canal de televisión en los primeros días de junio pasado, que ocurre a no más de 42 km. del centro político y económico del país (Virrey del Pino, La Matanza, Pcia, de Bs. As.).
 
Dr. Carlos Vázquez de Novoa
 
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