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EDICIÓN
FEBRERO 2007 |
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Aspectos
Psicológicos en Otorrinolaringología
Saber escuchar |
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Hay toda una gama de afecciones de sintomatología
supuestamente somática en el campo
de la otorrinolaringología y que no
son más que alteraciones del equilibrio
nervioso, sin lesiones orgánicas y
que pueden ser rotuladas como nerviosas. |
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Todos conocemos a estos individuos que se presentan
a la consulta catapultándonos o no con una
serie de síntomas que nos apabullan y desconciertan
por la variedad e intensidad que le asigna el paciente
de acuerdo al grado de carga afectiva odisturbio
emocional que traiga. |
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Cefaleas inciertas, por
su sitio o referencias, malestares en el cuello,
con sensación de opresión en
la "garganta", la clásica
bola esofágica que sube y que baja,
los indefinidos mareos o movimientos de piso,
acuciantes zumbidos, obstrucciones nasales
reiterativas, espasmos, laríngeos o
bronquiales, laringitis estridulosa; las clásicas
disfonías, carrasperas, tos nerviosa
y multiplicidad de manifestaciones de índole
similar acompañadas de ansiedad, angustias,
temores, dudas, incertidumbre y por que no
de escepticismo sobre su curación,
ya que deambular ha sido exhaustivos sobre
o carpeta con placas radiográficas,
análisis y recetas medicamentosas abundantes,
nos están dando la pauta de sus frustraciones
y vacíos de desconfianza que traen.
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Es tarea del otorrinolaringólogo "saber
ver" primero para descartar verdadera patología
y luego "saber escuchar" a ese paciente
que muchas veces con la mirada o el silencio nos
hace comprender la necesidad de ayuda que tiene.
Todos estamos de acuerdo en que ese "bicho
raro" que llamamos Ser Humano está sentado
sobre un cuerpo trípode: cuerpo, psiquis
y alma, constituyendo una unidad indivisible que
lo sostienen. Cuando una de esas estructuras falla,
las otras flaquean y toda la estantería se
viene abajo.
¿Qué hacemos cuando a nuestra consulta
viene un paciente con este trípode averiado?
Nos olvidamos de esta trilogía y pretendemos
ocuparnos del pilar de nuestra predilección.
Si somos organicistas, nos aferramos por socorrer
el cuerpo, si tenemos tendencias psicológicas
hacemos volar nuestra disquisición filosófica
hacia Freud, si nuestro pecho esta imbuido de espiritualismo
nos orientamos hacia lo místico.
A veces lo difícil es discernir. Sabemos
que el "consejo" como tal no sirve, es
efímero en su duración y el que lo
recibe rápidamente vuelve a las andadas.
Solamente podemos orientar tácticamente con
respecto a la realidad.
Estos pacientes que muchas veces ya los reconocemos
por su actitud, su manera de sentarse, sus tics
ò movimientos estereotipados, su mirada huidiza,
como todo ansioso que busca a través de ella,
fuente de estímulo para acrecentar su ansiedad,
su incontrolada verborragia o su mutismo, insobornable
ante los requerimientos del médico inquisidor.
Estos pacientes no tienen alterada su identidad,
es decir su personalidad, tienen plena conciencia
de su malestar que generalmente lo traslada a dos
tipos de personalidad extrema.
El "introvertido" se mira hacia adentro,
se desconecta del mundo exterior, se refugia en
su interioridad. Suele dar apariencia de un pensador
pero tiene pocas aptitudes como realizador.
El "extrovertido"se proyecta hacia fuera,
tiene facilidad de comunicación y es más
activo y realizador.
Estas son las neurosis. Individuos cargados de ansiedad,
angustias, temores, dudas, buscando constantemente
dos cosas:
Primero: Encontrar un "chivo emisario"
a quien echarle las culpas de lo que pasa, o...
Segundo: Endosarle al médico la solución
de lo que le pasa.
Un cuadro clínico un poco mas allá
de esta sintomatología es la psiconeurosis,
cuadros neuróticos con cierto grado de
participación mental pero con conservación
de la conciencia de sus actos. Son los obsesivos
o fóbicos. Un paso mas allá, las
psicosis con pérdida o alteración
de la lucidez y por ende de la conciencia de sus
actos.
Cuando esta particularidad de personalidad del
paciente carece de una estructura psicológica
sólida y no ha logrado desarrollar mecanismos
culturales o espirituales de compensación,
se produce ante el embate de la crisis de angustia,
una sobre carga de tensión emocional que
no puede ser controlada en su totalidad por el
campo psicológico.
Este excedente se canaliza entonces a través
del sistema nervioso neurovegetativo, hacia el
esquema corporal; apareciendo así los tan
mentados cuadros psicosomáticos de los
que se suele hablar tanto más cuando menos
se los entiende.
Es así como nuestra especialidad también
sufre los "sopapos" que nos manda el
Yo inconsciente, vociferando sus caprichos y sus
exigencias como respuesta al Yo inconsciente no
puede aguantar o no puede "tragar más".
Solamente algunas palabras para el verdadero enfermo
¿Qué supone la enfermedad para él?...El
hecho de caer enfermo supone dejarse embargar
por dos sentimientos muy característicos:
Temor de algo grave, idea de Incapacidad. El hombre
se ve privado de dos potencialidades conseguidas
con su maduración.
La reacción inmediata del paciente, sujeto
asaltado por la enfermedad, es bloquear defensivamente
sus sentimientos, considera incomprensible que
eso le esta pasando a él, porque normalmente
quien se enferma o muere es el otro, nunca uno
mismo.
Viene por lo tanto un oscuro sentimiento de injusticia
y paralelamente la enfermedad le viene como castigo
y si no es así, la familia se encarga de
conectar la aparición de la dolencia con
una acción voluntaria del enfermo que se
puede encontrar reprobable, con lo cual el paciente
queda así delineado como "chivo"
y la familia exculpada.
Frente a estas "amenazas" el enfermo
se defiende con maniobras de dinámica con
distintos mecanismos que conllevan la política
de minimizar la gravedad de la invasión
constituida por la enfermedad.
El enfermo presenta el padecimiento, quitándole
perspectiva histórica ya que cuanto menos
edad tenga la enfermedad, menos peligrosa es.
Desconecta el padecimiento con posibles enfermedades
pasadas, ya que cuanto más aislada, más
inofensiva es. Localizada la enfermedad porque
así es más controlable. Exclusivita,
asegurando padecer sólo aquello, marginando
el resto de síntomas o posibles dolores;
finalmente intenta deformar, destacando matices
que él cree que son más graves en
el caso que se desee magnificar la enfermedad
con fines afectivos o más si desea disminuir
el hierro de la dolencia.
Profundizando el estudio de estas maniobras del
paciente contra la enfermedad, tenemos al mismo
enfermo que:
No va al médico: subestima; resta importancia.
No va al médico: pero toma la medicación
del vecino, amigo o farmacéutico de turno.
Va al médico: el médico le dice
lo que tiene. El no quiere creerle y no sigue
el tratamiento. Porque el enfermo no acepta su
enfermedad. Porque ésta disminuye el sentimiento
de potencia de la persona.
Distinguidos colegas, no soy psicólogo
ni aprendiz de filósofo, soy un médico
a la antigua usanza, el médico de barrio,
escudriñando el alma del prójimo
en 52 años de profesión.
Es mi manera de ver, mi enfoque personal, la importancia
de la relación interpersonal que también
se denomina transferencia o si quieren llamarle
comunicación.
Esta relación interpersonal es la que condiciona
y potencia en última instancia todo tratamiento.
Muchas veces me pregunto: ¿Quién
se ocupa del pobre individuo que llega a nosotros
arrastrando su "alma angustiada", su
psiquis en cortocircuito y somatizado?
Todos estamos tan metidos en nuestro quehacer
que nos olvidamos de la trilogía, y lo
que la humanidad necesita no son solistas, sino
directores de orquesta que sepan interpretar armoniosamente
esa partitura que llamamos relación médico-paciente.
Todo análisis sectorial es incorrecto,
por no decir absurdo.
El ser humano es una unidad indivisible y como
tal debe ser tratada.
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Dr Rubén Leonardo Deluca |
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