Un sistema de salud del que está excluida
la mayoría de la sociedad, con costos astronómicos,
desfinanciado, decadente, sin insumos y desbordado,
es el escenario que se verá en unos años
de continuar en crecimiento uno de los más
prósperos negocios del país: la
industria del juicio por mala praxis.
En la jurisprudencia argentina hasta la década
del 70 sólo se registran cinco casos de
juicios por responsabilidad profesional. Desde
mediados de la década del 80 se han multiplicado
de manera exponencial. Hoy se están presentando
tres demandas promedio por día y hay miles
de juicios en curso. Sólo el gobierno de
la Ciudad de Buenos Aires afronta demandas por
montos varias veces millonarios. Esto está
acosando también al sector privado y a
la seguridad social.
Esta industria está creciendo a pasos agigantados,
agravada por el error histórico de nuestros
legisladores, que aumentaron las penas del Código
Penal para los delitos culposos, igualando la
figura de los profesionales con la de quien conduce
un automóvil con imprudencia o negligencia.
Peor aún, durante doce años se mantuvieron
ajenos a los reclamos para que repararan ese desacierto.
Es correcto que una sociedad madura reclame por
su conducta a aquellos profesionales que no son
idóneos, que actúan con impericia,
negligencia o imprudencia; pero es evidente que
el derecho se ha distorsionado y se ha convertido
en un apetecible negocio, de tal dimensión
que está minando el sistema de salud.
Algunas de las consecuencias ya se están
concretando: disminución de especialistas
en algunas áreas, abandono de la profesión
por parte de médicos experimentados y el
deterioro de la relación médico-paciente.
Los médicos respondemos ante las demandas
civiles con nuestro patrimonio, pero también
con nuestro nombre y trayectoria. Construir esa
trayectoria requiere un esfuerzo de toda la vida.
Por otra parte, el paciente necesita confiar en
quien se ocupa de su salud como parte del tratamiento.
La industria del juicio ha destruido esa relación
generando miedo en el profesional y desconfianza
en el paciente.
Esta situación generó el ejercicio
de la medicina defensiva, con la prescripción
exagerada de análisis y tratamientos, camino
falso que lleva al médico a creer estar
cubierto ante la posibilidad de una demanda. Frente
al encarecimiento de la salud en el mundo, por
la complejización de los tratamientos y
la mayor tecnología, la prescripción
excesiva aporta un factor económicamente
dramático al futuro del sistema.
Los presupuestos tienen un límite, pero
cada vez están destinando más fondos
a cubrir el costo de las demandas, lo que se resta
de la compra de insumos, medicamentos, tecnología,
salarios e infraestructura hospitalaria.
Si los costos suben, si baja la calidad asistencial,
la industria del juicio no es sólo un problema
de los médicos, de los prestadores o de
los financiadores del sistema, sino un problema
sanitario nacional que termina deteriorando la
salud de la gente.
Existen dos caminos para revertir esta situación:
por un lado, concientizar a la sociedad sobre
lo que está sucediendo y por otro, lograr
la modificación de las leyes que incentivan
esta industria, que permiten que haya diez años
de plazo para presentar una demanda cuando en
la mayoría de los países el límite
son dos años. Los legisladores tienen la
palabra.
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