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Larga cuarentena
 
 

Lo que comenzó en marzo de este año, a muy pocos se les pudo ocurrir que llegando a julio todavía no se tiene idea de hasta cuándo y de qué forma continuará esta medida que tomó el gobierno. Se dijo que se hacía para evitar la circulación comunitaria del virus lo más posible, para darnos tiempo a preparar los servicios sanitarios públicos y privados antes de la llegada del pico de contagio, que se iba corriendo para abril, luego para mayo y junio y ahora se anuncia para julio. La rigurosidad de la primera fase fue dejando paso lentamente a una laxitud en los controles que se hizo evidente en los grandes centros urbanos del Gran Buenos Aires. Durante todo este tiempo, todos fuimos aprendiendo, las autoridades gubernamentales, el comité de expertos sanitaristas que asesora, los médicos que estamos en la primera fila de esta lucha y la gente en general ante este grave problema mundial que nos toca vivir. La misma Organización Mundial de la Salud no ha tenido una conducta consistente en sus recomendaciones, variándolas de acuerdo a cómo iban evolucionando en los distintos países los casos y los tratamientos, algunos sin sustento científico.
Usar o no barbijo o los asintomáticos no contagian y luego contagian un poco, son algunos de las inconsistencias marcadas.
Pero después de cien días volvemos a estar como en marzo, pues la pandemia no da tregua, y comenzamos a discutir si se tomaron las medidas correctas o no ante determinadas situaciones. Además, ahora es más difícil encontrar argumentos para transmitir certezas a la gente, especialmente a los jóvenes y los chicos, pues nuestras convicciones flaquean y tenemos cada vez más dudas. ¿Hasta cuándo podemos sobrevivir encerrados en nuestras casas aislados solos o con nuestros hijos? ¿No hay otra alternativa que un aislamiento indefinido? ¿No hay otra manera que comprar tres meses más de cuarentena hasta septiembre? Sabemos que la pandemia obliga a sacrificar la libertad personal en beneficio de la salud pública, pero también preguntamos hasta cuándo y a qué costo. Tampoco sabemos los costos sociológicos, psicológicos, costos por enfermedades crónicas o agudas no tratadas y el pavoroso costo económico, que el gobierno dice que se va a solucionar después.
No hay norma que pueda sostenerse en el tiempo sin lógica y sin razonabilidad y la frase elegimos “cuidar la vida” debe tener argumentos consistentes para ser valorada y continuar cumpliéndola. Debemos y nos merecemos tener un horizonte y retornar a nuestra vida que dependía de nuestra elección, de nuestro esfuerzo y de nuestros sueños