Estamos viviendo circunstancias absolutamente inéditas e impensadas en nuestra sociedad, asolada por una nueva ola de la pandemia que estaría ya fuera de control.

La cantidad de contagios y muertes se incrementa día a día sin que las medidas que toman las autoridades produzcan efecto. La sociedad en su conjunto está cansada luego de más de un año de cuarentenas y aislamientos y sufriendo además del creciente deterioro económico provocado por el cierre de actividades comerciales y laborales.

La credibilidad de las autoridades en el manejo de la crisis se halla en su nivel más bajo según todas las encuestas. El acceso a las vacunas, que ayudarían a paliar la situación, también fue mal gestionado por los responsables, provocando falta de vacunas, atrasos en el recibo de las partidas y sospechas muy fundadas de vacunaciones de privilegio.

Ahora estamos viendo en el área de salud el colapso de los hospitales y el agotamiento al límite del personal, algo que se quería evitar con la primera cuarentena ya hace un año. Evidentemente algo falló, pero nadie se hace responsable.

Mientras tanto, vemos con asombro que la dirigencia política se pelea, haciendo responsable de los muertos a sus adversarios y éstos contestando con acusaciones. Siempre la culpa es del otro o de la gestión anterior y así en todos los gobiernos.

La sociedad en su conjunto, además del virus, está sufriendo en su salud mental, cargada de estrés, con falta de libertades que supimos conseguir en democracia y con una situación económica en muchos casos desesperante.
Se necesita de dirigentes de altura moral que depongan intereses mezquinos y lleguen a consensuar sus posiciones en pos del bien común.