Desde su inicio la pandemia por coronavirus tuvo un efecto devastador para muchas personas con consecuencias sociales, económicas y en el caso extremo, con pérdidas de vidas. Los profesionales de la salud no solo no escaparon a esta dramática situación, sino que en particular quienes estuvieron -y aún están- abocados a la atención sanitaria lo vivieron y viven como un enorme desafío que no tiene horizonte de final.

El cansancio, el estrés, en muchos casos con vacaciones suspendidas y la demanda de atención en ascenso producto de la escalada de casos de covid, ponen en riesgo la salud física y mental de los trabajadores sanitarios, con equipos de salud cada vez más diezmados.

A este panorama se suman agresiones verbales y físicas que encienden las luces de alarma, nos interpelan y nos obligan a preguntarnos ¿quién cuida a los que cuidan? ¿Cómo llegamos de los aplausos y los elogios a los insultos y los golpes?

Por otro lado, no es menor el reclamo constante de mejores condiciones laborales y una retribución justa y acorde, teniendo en cuenta la crisis económica que acompaña estos últimos tiempos y el consecuente deterioro de los ingresos de los trabajadores de la salud. Como entidad, seguimos exigiendo la actualización de los honorarios y sueldos y un ámbito de trabajo digno y seguro.

Hace casi dos años pensábamos que la pandemia de alguna manera nos ponía a prueba y teníamos la posibilidad de que nos obligara a superar deficiencias y carencias crónicas. No fue así pero aún estamos a tiempo. Sólo falta decisión política.